domingo, 11 de diciembre de 2016

Tigres



por Melisa Papillo (*)

¿Es posible escapar de nuestros miedos cuando más que "nuestros" el miedo nos rodea como animales de los que no sabemos nada? ¿Qué es el miedo si nos entregamos y confiamos o si nos aislamos y desconfiamos del otro? ¿Por dónde escaparse de la realidad de aquello que nos asusta y hacia dónde nos dirigimos cuando esto sucede? Algo inquietante al respecto ocurre en el sueño "Tigres", de Melisa Papillo. Escritora, poeta y docente nacida en el año 1984, publicó La mecánica de los días (poesía) por Editorial Simulcoop. En esta ocasión nos trae un cuento inédito escrito para Galería | Corredor de ideas. La ilustración fue también especialmente realizada por Ariel Yamus.

- Dale, corré que son muchos – grité desesperada a mi madre. Un círculo perfecto de tigres anaranjados bordeaba el valle donde estábamos festejando mi cumpleaños. Habíamos puesto dos caballetes y unos sanguchitos de miga sobre la mesa. Los manteles eran nuevos, blancos relucientes, de un broderí delicadísimo. Habían costado bastante. Globos multicolores atados a los árboles volaban al ritmo del viento. Algunos rayos de sol tenue, dormidos, cruzaban las copas, no necesitábamos sombreros, estábamos bien. Las charlas fluían. Mis tíos corrían con sus hijos, jugaban a una especie de mancha congelada, sólo que con dos o tres variantes. Mis amigos también estaban festejando conmigo, tomaban una bebida de copa alta, a la distancia me animaría a decir que eran martinis, porque se veía algo redondo y oscuro en el vértice final de las copas. Yo eso no lo había aportado, evidentemente alguno lo había traído. Hablaba con todos y a la vez con nadie, no tengo recuerdos de alguna conversación concreta. En algún punto, sentía que todos se estaban divirtiendo más que yo.


No sé si hice bien en correr. Todo fue muy rápido y yo la más veloz. Vi todo desde el principio. Cómo empezaron a rodearnos: primero, era sólo un grupo de cuatro tigres. No sé en qué estaba pensando, pero no comenté a nadie sobre esa aparición. Era totalmente desconcertante que hubiera tigres en esa zona. Después llegó otro grupo de 5; hasta que la última vez que levanté la cabeza estábamos, lo que se dice, literalmente rodeados.


En ese momento entendí todo: no había salida. La fiesta completa los había visto ahora. Entre animal y animal no había espacio alguno, formaban un círculo perfecto. De pronto, la música cesó. Estábamos viviendo una escena cinematográfica deseando no ser parte. Los animalejos nos miraban atentos, nunca los había visto fuera de jaulas. Su pelaje era de un color naranja brillante con líneas negrísimas. La parsimonia con la que se habían acercado se esfumó; de pronto, enfurecieron. Lo que yo creo que es enfurecerse para un tigre, porque en sí, no sabría distinguir su cara de preocupación de la de enojo. Uno de ellos rugió tan fuerte que terminó de paralizar los cuerpos. Todos mirábamos alrededor, en realidad no sabíamos sobre qué punto focalizar. Raúl tomó a los niños de las ropas. Parecía que algunos estuvieran jugando a la mancha aún, practicaban esa especie de amague, no saber para dónde correr o simular que lo vas a hacer. Fue ahí en un arrebato que tomé la mano de mi mamá y empecé a correr. Los tigres habían empezado a bajar por los costados del valle y, si podíamos sortearlos, porque el grupo más cercano de ellos se había entretenido con algunos invitados, había lugar para pasar. Yo impulsaba el camino, esquivamos los tigres, cruzamos el valle y mientras todo el viento chocaba en mi rostro y las nubes iban cubriendo el cielo, empecé a dudar. Era necesario hacer algo, mi madre no podía correr tan fuerte como yo y nos estábamos quedando. Los tigres nos habían olido, ya venían. Éramos las únicas que habíamos podido salir de ahí. Todo lo que sentí fue mi mano desprenderse de la suya, hasta ese momento no notaba la diferencia entre las pieles, una rugosidad era igual a la otra, las manos no tenían fin. Sin mirar atrás, la solté. Si la seguía arrastrando, nos comerían a las dos.

Imaginé a los tigres en plena destrucción, llegar hasta el pueblo y arrasar todo lo que estuviera a su paso. No sé qué pasó con mi madre, pero todo el camino hasta el centro me tranquilicé a mí misma, ninguna otra cosa podría ocurrir. Caminé pasando la entrada, el paisaje anterior se fue desdibujando. Las casas emergían rojas y blancas, tejadas y verdosas. Llamé por las calles a los gritos al cuidador. Él avisaría a los cazadores.

No hay comentarios:

Publicar un comentario